Él

Resplandecía y resplandecía,

agonizaba y agonizaba silenciosamente.

Estaba tan lejano, a años luz,

pero lo podía tocar con mi mente.

Yo lo seguía con la mirada humedecida.

Él me dio tres abrazos antes de desvanecerse.


Anoche lo dibujé tantas veces,

hasta que sangró mi mano adolorida.

¡Quédate aunque sea un momento!

Pero que sea el mejor de nuestra vida.

Te susurraré al oído un poema infinito,

quiero pernoctar en tus sueños, alma mía.


¡Se clava, se entierra, me desgarras!

Mi estómago se aqueja.

Mírame, mírame, ten piedad de mí.

Extiendo mi mano para poder tocarte,

y te desvaneces en ilusiones enfermizas.




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