La Fiesta de la Faustina en San Gabriel, Jalisco.
Hace algunos años viajamos a San Gabriel, Jalisco, cruzando un quebradero vertiginoso de azules cerros hostiles y carreteras serpenteantes, donde, al mirar por la ventana del autobús, podías observar el abismo y rezar por no morir desbarrancado. Teníamos que hacer trabajo de investigación para la Ruta Turística del Sur de Jalisco. Llegamos, pues, a ese pequeño edén tan apartado de la mano de Dios y nos pusimos manos a la obra, tratando de indagar en la memoria de los habitantes cuáles eran sus costumbres y su historia.
Entre esas historias orales que van discurriendo de generación en generación, un anciano —del cual no recuerdo el nombre, pero está anotado en mi diario de campo— me relató que la fiesta de la Faustina era todo un acontecimiento en el pueblo.
—Señorita, tiene que venir —me dijo—. Le juro que ese día se abren las puertas del infierno y el mismo Diablo viene a festejar. En la cantina del señor Carlucho se sirve una copa gigante de Faustina, y quien se la tome completa, gana. Nunca nadie lo ha logrado. Y al día siguiente, amanece el tiradero de borrachos, y pa’ bajar la cruda hay que desayunar bote.
Yo, que no sabía a qué se refería con “bote”, imaginé que era algún remedio tradicional, pero no: el bote es un caldo espeso, picoso, lleno de carne de res, cerdo, chorizo y pulque —a veces hasta tequila—, cocinado en tambos de lámina. Una bomba que, más que curar la cruda, te obliga a reconciliarte con tus pecados.
—¡Ey! Viera, toda la carretera es un hervidero de carros que vienen pa’cá, cada tercer domingo de mayo. Todo el mundo viene a San Gabriel.
Quedé alucinada, anhelando aquel día de carnaval desenfrenado que invitaba a los excesos y la concupiscencia, y todo por celebrar una bebida inventada por el señor Juan Fausto de la Torre Larios. Juré volver para presenciar tremendo despapaye. Antes de que piensen mal, aclaro que, para este propósito, utilizaré el riguroso método antropológico de observación participante.
Mi imaginación divaga recreando escenas de lo que sería participar en la fiesta de la Faustina: beber de la copa gigante y ser la primera ganadora en la historia de San Gabriel, bailar con el Diablo antes de que sea medianoche, vivir un universo rulfiano, una experiencia más mística y sepulcral… donde incluso los muertos destrancan sus ataúdes y dan manotadas para salir de entre la tierra, se sacuden sus desvencijados trajes de boda o de primera comunión con los que fueron enterrados, y ese día se dan permiso de habitar entre los vivos y deleitarse con el elixir de la Faustina.
Yo nada más pregunto: ¿y cuándo se arma el viajecito a la fiesta de la Faustina?
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